
Cuando el lenguaje se encuentra con la copa
Hay palabras que se niegan a cruzar fronteras. Se aferran a su tierra como las viñas viejas, absorbiendo siglos de clima, cultura y silencio. Y cuando intentamos traducirlas —terroir, terruño, sápido, élevage— pierden algo esencial, como un perfume que se disipa en el aire.
El vino tiene su propio idioma. Es sensorial, emocional y a veces absurdo. (Que lo diga cualquier sumiller que haya intentado explicar el aroma a “piedra mojada”). Pero hay palabras que viven tan profundamente en su lengua de origen que ninguna traducción logra embotellarlas del todo. Aquí están algunas de las más bellas —y las más intraducibles— palabras del vino, que además nos recuerdan cómo el lenguaje del suelo puede sonar distinto, pero decir lo mismo en cada terruño.
Español: el alma de la tierra
Terruño
Todos usamos terroir, y terruño es su traducción en español, pero es una palabra más cálida, más humana. No se trata solo del suelo y el clima, sino del arraigo. Es el sabor de un lugar que se reconoce en la copa, de raíces que recuerdan.
Un vino del Bierzo con sus suelos de pizarra y cuarzo, y su aire atlántico, habla en voz baja, con una melancolía mineral. Un tinto de Rioja Alavesa, nacido en suelos calcáreos, suena más firme y luminoso. En la Ribeira Sacra, las terrazas imposibles sobre el río Sil producen vinos verticales y místicos. En Ribera del Duero, el terruño es de fuerza contenida, de frío y amplitud, de piedra y músculo.Y en las Islas Canarias, donde los viñedos crecen sobre ceniza y lava, el terruño es pura memoria volcánica: un puente entre fuego y mar.
Cada uno expresa su lugar, pero todos cuentan la misma historia: la de una tierra que piensa en vino.
Templanza
Podríamos traducirlo como “equilibrio”, pero la templanza va más allá. Es serenidad, dominio, elegancia sin esfuerzo. Un vino con templanza no necesita gritar para ser recordado. Es la calma madura de un Ribera del Duero que ha aprendido a contener su fuerza.
Vino de pago
Sí, es un término legal para un vino de una sola finca reconocida, pero también es una declaración de fe. Es una pequeña parcela diciendo: “mi tierra basta para contar una historia entera”.
Francés: la poesía de la precisión
Terroir
La palabra más famosa del vino, y aun así, imposible de traducir del todo. Es el tejido invisible de suelo, clima, pendiente, microbios y tradición humana que hacen que cada vino se sepa a sí mismo.
En cierto modo, terroir y terruño son reflejos uno del otro: distintos acentos para una misma verdad. Ambos nacen del respeto por el lugar.
Goût de pierre à fusil
Literalmente “sabor a pedernal” o “piedra de fusil”. Es esa chispa mineral que aparece en un Sancerre o en un Chablis, un destello de humo y piedra que te transporta a un suelo antiguo.
Ese mismo carácter aparece en un blanco canario de suelos volcánicos, o en un Godello de Ribeira Sacra: vinos que saben a piedra, pero también a tiempo.
Élevage
No es solo “crianza”: es criar, como a un hijo. Élevage describe el proceso paciente y cuidadoso —barrica a barrica, decisión tras decisión— que transforma un vino joven en su madurez. Es técnica y ternura a la vez.
Italiano: el lenguaje de la textura
Vinoso
El olor del vino siendo vino —puro, simple, alegre. Evoca una trattoria con mantel manchado de risas y gotas de tinto. También se siente en muchos vinos jóvenes del altiplano mexicano o las garnachas de altura de Gredos. Son vinos honestos, francos, sin artificio.
Sapido
Una palabra que no se puede traducir sin perder su cuerpo. Significa salino, sabroso, vibrante. Es el sabor de la piedra húmeda y del mar.
Lo tienen los vinos del Etna, pero también los blancos de las Islas Canarias, donde la brisa oceánica y el suelo volcánico dejan una huella salada. También lo encontramos en los vinos de la Ribeira Sacra o del Bierzo, donde la pizarra aporta tensión y energía.
Un vino sapido es el que te hace querer otro trago, sin saber por qué.
Sfumato
Tomada del arte pictórico, describe aromas que se funden suavemente, sin bordes. En el vino, sfumato es elegancia contenida: el susurro donde otros gritan.
Alemán: el idioma de la estructura
Abgang
Sí, significa “final”, pero con el matiz de “despedida”. Es cómo el vino te deja: persistente, sereno, con un eco de fruta y piedra. Un tinto de Ribera del Duero con un gran Abgang puede quedarse en la memoria más tiempo que en la copa.
Mineralidad: la palabra que une terruños
Todos la dicen, nadie la define. No se trata literalmente de minerales —las vides no beben rocas—, sino de algo más profundo: un eco del origen.
La tensión calcárea de Rioja Alavesa; el filo vertical de la Ribeira Sacra; la gravedad arcillosa de Ribera del Duero; y la energía volcánica de las Islas Canarias, donde la lava se volvió vino.
Cada suelo imprime una emoción distinta. También en México, los suelos volcánicos del Eje Neovolcánico o de Baja California dan vinos con ese mismo pulso mineral: vinos que saben a tierra viva y fuego antiguo.
La mineralidad es, al final, el idioma de la tierra. La manera en que el suelo nos habla a través del vino.
Viñas y granito, Val de Bebei. Fuente: Fedellos
El último sorbo
Tal vez por eso el vino y el lenguaje están tan conectados: ambos intentan expresar lo inexpresable.
Buscamos palabras para describir aromas, texturas y emociones que no las tienen —y aun así lo intentamos. Porque cada botella es una historia, y toda historia merece su propio vocabulario.
Así que la próxima vez que pruebes algo que no puedes describir, no te preocupes. Tal vez estés hablando el idioma más antiguo del vino: el idioma del suelo, del terruño… y del tiempo.