
La Uva Misión: la Vid que Cruzó Océanos y Echó Raíces en las Américas
Cuando pensamos en el vino de las Américas, solemos imaginar nombres modernos: Napa, Mendoza, Valle de Guadalupe. Sin embargo, mucho antes de que existieran estas regiones, una vid viajera ya había cruzado el océano, plantado raíces en suelos desérticos, montañosos y costeros, y sobrevivido a guerras, migraciones y olvidos. Esa cepa fue la uva Misión, conocida en España como Listán Prieto, la misma que sigue siendo la uva tinta principal de las islas canarias.
No fue una uva noble en su origen, ni pretendía serlo. Viajó porque era resistente, fértil y abundante. Pero en ese viaje dejó una huella que va más allá de lo agrícola: es la primera cepa que dio vino en el continente americano y acompañó la construcción espiritual, cultural y social de la Nueva España y más allá.
La Viña Grande - Uva Misión vigorosa plantada circa 1840 en Carpinteria, California. Fuente - https://digitallibrary.usc.edu/
De Castilla y Canarias a las Indias
El Listán Prieto nació en Castilla y fue cultivado en las Islas Canarias, que durante el siglo XVI eran un punto de enlace entre Europa, África y América. Desde allí partieron barcos cargados de colonos, animales, semillas… y vides. Entre ellas viajaba la Misión, junto con su compañero, el Listán Blanco (Palomino).
Estas uvas cruzaron el Atlántico porque cumplían una misión práctica: eran resistentes, daban buenos rendimientos y aseguraban vino suficiente para la misa y para el consumo diario de los habitantes. Así llegó la vid primero a México en los 1520 y luego a Perú, Chile y California. Aunque hay algunos que dicen que el primer viñedo estuvo en Perú en 1540, desde 1524 hay referencias de viñas plantadas en México especialmente para el uso de la misa.
Los canarios en la frontera
En el siglo XVIII, para poblar y proteger la frontera norte de México, la Corona otorgaba mercedes de tierra a colonos que aceptaran establecerse en zonas de riesgo. Entre ellos llegaron familias canarias, conocidas como “isleños”.
Se establecieron en varios lugares en la frontera y las montañas especialmente en Nuevo Leon, San Luis Potosí y en Texas. En 1731, por ejemplo, dieciséis familias isleñas fundaron San Fernando de Béxar (hoy San Antonio, Texas). Recibieron terrenos y agua, y comenzaron a cultivar, incluyendo viñas de misión. Pero su vida no fue sencilla: estaban en medio de un territorio habitado por pueblos nativos que no compartían la visión europea de la tierra como propiedad.
Para los colonos, la viña era un símbolo de permanencia. Para los pueblos originarios, representaba una intrusión en un espacio de tránsito, de caza, de vida compartida.
Antes y después de los comanches
Antes de que los comanches dominaran las llanuras, el norte estaba habitado por apaches, coahuiltecos, jumanos y muchos otros pueblos. Cada uno tenía formas distintas de vida: algunos más agrícolas, otros nómadas cazadores‑recolectores.
A finales del siglo XVII, un cambio inesperado lo transformó todo: la introducción del caballo. Los españoles lo trajeron como herramienta de conquista y transporte, pero al difundirse entre los pueblos nativos, se convirtió en un factor revolucionario.
Los comanches, originarios de las Montañas Rocosas y emparentados con los shoshones, adoptaron el caballo como nadie. Se convirtieron en los jinetes más temidos de las llanuras. A mediados del siglo XVIII desplazaron a los apaches hacia el sur y establecieron la vasta Comanchería, desde Colorado hasta Coahuila.
Los colonos, irónicamente, se encontraron luchando contra un poder indígena fortalecido con el mismo animal que ellos habían introducido. Los ataques comanches eran veloces y devastadores: robaban caballos, destruían ranchos y familias y arrasaban viñas.
El refugio de Parras
Casa Madero, Parras, Coahuila. Fuente: https://www.inspiracionmerche.com/
En medio de esta frontera inestable, el Valle de Parras fue una excepción. Su geografía aislada, rodeada de sierras y manantiales, lo protegía de incursiones rápidas. Estaba mejor fortificado que otras villas, con presidios y población estable. Y su prosperidad vitivinícola justificaba invertir en su defensa.
Por eso, mientras muchas viñas de Texas, Chihuahua y Nuevo León eran arrasadas, en Parras las vides sobrevivieron y echaron raíces profundas. Allí, la Misión encontró su verdadero hogar en el norte y allí fue la primera bodega de las Américas.
En 1597, los frailes fundaron La Misión de Santa Maria de las Parras donde hoy está la bodega Casa Madero. En medio del desierto, vieron un valle lleno de manantiales y vides silvestres con suelos calcáreos donde plantaron la Misión. Desde este oasis, la viticultura se expandió hacia el Bajío, Puebla, Querétaro y el norte, hasta alcanzar la Baja California y Texas.
La vid era indispensable para el culto religioso: sin vino, no había sacramento. Pero también se convirtió en parte de la vida diaria de colonos. Tan bien prosperaron los viñedos novohispanos que pronto comenzaron a exportarse a España, donde el vino americano gustaba tanto que el rey Felipe II decretó limitaciones en la plantación de nuevos viñedos en México e impuestos para proteger los vinos peninsulares. Aquella decisión, aunque motivada por razones económicas, dejó un eco que todavía resuena: hasta hoy México mantiene impuestos relativamente altos al vino, como si aún fuera un lujo más que un producto cotidiano.
Una uva, muchos terruños
Uva Mision - Fuente: https://www.lodiwine.com/blog/Mission
Lo fascinante de la Misión no es tanto su sabor —ligero, terroso, rústico— sino cómo refleja cada tierra que pisa.
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México (Parras y Baja California): vinos rústicos, de fruta madura y un dejo salino en el desierto.
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California (Sonoma, Lodi, Santa Bárbara): expresiones ligeras en arenas, más tensas y ácidas en suelos calcáreos costeros.
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Chile (Itata y Maule): bajo el nombre de País, vibrantes y frescos, con tanino de tiza y notas de campo.
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Bolivia (Cinti, Tarija): perfumados y ligeros, moldeados por la altitud extrema.
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Perú (Ica): base del pisco, con notas de pasa y flor blanca bajo el sol del desierto.
Viñas frágiles, memorias profundas
La historia de la uva Misión en América no es solo historia de vino. Es historia de encuentros y desencuentros, de religiones y culturas, de caballos y viñas, de desiertos y oasis.
No se trata de héroes ni villanos, sino de seres humanos buscando vivir y prosperar en un territorio compartido, a veces en armonía, a veces en conflicto. Los frailes buscaban vino para el cáliz, los colonos buscaban permanencia en la frontera, los pueblos originarios buscaban mantener su forma de vida. Y en medio de todos, la vid crecía, frágil y resistente a la vez.
Hoy, cuando bebemos una copa de Misión —ya sea en México, Chile, California o Bolivia—, no solo probamos un vino. Probamos la memoria de un continente en transformación, un testimonio vivo de cómo la tierra, la historia y la gente se entrelazaron en la primera vid de las Américas.